lunes, 18 de junio de 2018
reseña en Nayagua [núm. 27] de Miriam Reyes- Ningún Precipicio [Olalla Cociña]
Piedra de granizo/ huesecillo.
miriam reyes.
ningún precipicio Olalla Cociña
Traducción de Gonzalo Hermo Madrid,
Progresele, Colección Diminutos Salvamentos, 2017.
Conocí la poesía de Olalla Cociña en 2013, cuando estaba elaborando una antología de poesía contemporánea en gallego para el FCE. Para entonces, Cociña (Viveiro, 1979) tenía ya tres libros publicados y publicaría su cuarto a finales de ese mismo año, ningún precipicio, el volumen que hoy presenta, traducido al español por el poeta Gonzalo Hermo, la colección Diminutos Salvamentos. Leí por primera vez As cervicais da memoria (2004) y Libro de Alicia (2008) en el pequeño barracón donde, desde hace más de una década, se encuentra la biblioteca de Románicas de la Universidad de Barcelona. Allí, la profesora y crítica literaria, Helena González, ha construido un magnífico catálogo de poesía en gallego al que cualquier visitante puede acceder. Algunos meses más tarde, me haría con aquí (intemperies) (2006) y ningún precipicio (2013). De entre los casi cien nombres que barajé, Cociña fue uno de los quince que acabó formando la antología, junto a poetas como Chus Pato, xosé María Álvarez Cáccamo o Lois Pereiro. Antes de ello ya había sido antologada por Ana Gorría en Novas de poesía y por Olivia Rodríguez en Das sonorosas cordas. En el prólogo de aquella antología recogí algunas impresiones a partir de aquel recorrido por su universo poético. Decía, por ejemplo, que en el título de su primer libro (Las cervicales de la memoria) ya adelantaba una metáfora de su poética: la fisicidad de la memoria y su condición de organismo vivo, con lo que ello supone de complejidad, sofisticación y fragilidad. Veía sus poemas como esos huesecillos que unen el cráneo con el resto del cuerpo. Una escritura que es vértebra, más que carne o músculo, aunque conozca y certifique la herida. Apuntaba, también, que en sus diferentes libros ha indagado en la melancolía y en la sentimentalidad como parte de la identidad, en los conflictos de alteridad y en la identificación a partir de la propia genealogía. de Olalla Cociña en 2013, cuando estaba elaborando una 189 Cuando ahora intento recuperar la sensación que me produjeron aquellas primeras lecturas y explicar la razón por la que después de acabar cada libro quise leer el siguiente creo que tiene que ver con dos aspectos: su manera de trabajar con la memoria y la aparente naturalidad de su contención expresiva. Me gusta que la memoria en Cociña no es nostálgica ni sentimental, incluso cuando indague en la sentimentalidad, como ya he dicho. Tampoco creo que sea una memoria anhelante, una memoria que desee lo perdido, sino una memoria que construye la historia (también la personal, el relato propio). Y una memoria en la que explorar. Acudir a la memoria para repasar y comprender. Para recuperar «algo» y fijarlo con el lenguaje. Dentro de la obra de esta poeta, yo diría que ningún precipicio es el poemario del hambre de vivir. El libro se abre con un poema-umbral que nos lleva a otra dimensión, la dimensión de ningún precipicio, situada más allá de la mano y de la vid que la mano ofrece a un rebaño de ovejas. Un poema que nos avisa de que quien escribe se extiende o busca extenderse más allá de sí, hacia lo otro, en suerte de comunión, de entrega: «que coman mi cuerpo / porque una extraña paz que me pone al revés / me lleva absurda / deliciosamente / a ningún precipicio». El poeta idelfonso Rodríguez, autor del prólogo de este libro, recomienda en él leer este poema al menos tres veces, como si «se tratase de una fórmula encantatoria». Y es que tiene algo de conjuro, algo de abracadabra para abrir la puerta a esa otra dimensión por medio de la palabra. ¿Es ningún precipicio un no lugar? ¿Es un no hay precipicio: hay vértigo, pero no peligro, de ahí la paz? Si el título As cervicais... podía leerse como una metáfora de la memoria en su poética, ningún precipicio puede serlo de su uso de la palabra, cómo con mecanismos sutiles disloca/descoloca el lenguaje. Ya cruzado ese umbral, el primer poema que nos encontraremos nos presentará un registro diferente pero volverá a escucharse un sujeto que quiere extenderse, proyectarse, comunicarse con el mundo exterior. Se describe una escena observada desde fuera, con tal claridad y precisión, que parece como si fuera el lector quien observa. Una escena cotidiana, pero ajena, pues retrata una cotidianidad que no es la de quien describe: unas mujeres que trabajan en el mercadillo comparten una empanada tras acabar la jornada. Como en todos los casos en los que encontramos anécdota en la poesía de Olalla, la mirada nos hace plantearnos preguntas que trascienden con creces lo anecdótico y pueden llevarnos a lo sociológico o a lo existencial. En todo el libro nos iremos encontrando diferentes vivencias de comunidad y comunión. En este extenderse hacia el otro hay un deseo de vivir y también algo así como un sentimiento de fraternidad. ningún precipicio rezuma una intensidad nunca traducida en grito. Escrito en minúsculas, no necesita alzar la voz para ser implacable: «no era mío: 190 / lo cogí para que tú me lo pidieras // le puse nombre / le dije cómo habría de llamarse / de ahora en adelante / y lo abracé con numismática ternura // solo por ver cómo venías y me lo quitabas // y ser la más pobre / y sentirme / bien abajo». Salta en el tiempo recuperando momentos de diferentes edades; el yo puede abrirse en un nosotras/nosotros, puede desdoblarse en un tú, distanciarse desde una tercera persona...; la forma también reflejará esa construcción con contención pero sin constricción característica de su poesía, que va del poema corto, al largo o a la sección final de poemas en prosa. Es un libro en el que hay dolor y pérdida: «no se extinguió / fue a parar / como los ríos». Hay familia, juegos infantiles. Hay genealogía, historia personal. Lo que heredamos, eso que me atrevería a decir que es una constante en la obra de Cociña. La hermana pequeña, la amiga, las primas, la madre, la abuela, aparecen y desaparecen. Hay una búsqueda en la memoria de los juegos infantiles, una exploración en sus mecanismos: la confianza que se otorga al otro durante el juego, la fuerza de una ilusión compartida, el pretenderse otro con el que los niños aprenden. Pero no se piense que la poesía de Cociña es amable: «poesía fue la piedra de granizo que llegó hasta aquí lastimando en un zapato». Este ningún precipicio de Diminutos Salvamentos es otro de los salvavidas que nos lanzan los directores de esta colección al publicar por primera vez un libro íntegro de Cociña traducido al español. De la traducción de Hermo (Premio Nacional de Poesía Joven, entre otros) puedo decir que es impecable pues conserva a la perfección la voz de la poeta, por eso nos permite hablar del libro casi olvidándonos de que no lo estamos leyendo en su lengua original. Para mí este volumen ensancha esa ventana hacia la poesía contemporánea escrita en gallego que se ha ido abriendo en los últimos años. A través de ella se amplían nuestros horizontes: venid, asomaos, ningún precipicio a la vista.
miriam reyes.
ningún precipicio Olalla Cociña
Traducción de Gonzalo Hermo Madrid,
Progresele, Colección Diminutos Salvamentos, 2017.
Conocí la poesía de Olalla Cociña en 2013, cuando estaba elaborando una antología de poesía contemporánea en gallego para el FCE. Para entonces, Cociña (Viveiro, 1979) tenía ya tres libros publicados y publicaría su cuarto a finales de ese mismo año, ningún precipicio, el volumen que hoy presenta, traducido al español por el poeta Gonzalo Hermo, la colección Diminutos Salvamentos. Leí por primera vez As cervicais da memoria (2004) y Libro de Alicia (2008) en el pequeño barracón donde, desde hace más de una década, se encuentra la biblioteca de Románicas de la Universidad de Barcelona. Allí, la profesora y crítica literaria, Helena González, ha construido un magnífico catálogo de poesía en gallego al que cualquier visitante puede acceder. Algunos meses más tarde, me haría con aquí (intemperies) (2006) y ningún precipicio (2013). De entre los casi cien nombres que barajé, Cociña fue uno de los quince que acabó formando la antología, junto a poetas como Chus Pato, xosé María Álvarez Cáccamo o Lois Pereiro. Antes de ello ya había sido antologada por Ana Gorría en Novas de poesía y por Olivia Rodríguez en Das sonorosas cordas. En el prólogo de aquella antología recogí algunas impresiones a partir de aquel recorrido por su universo poético. Decía, por ejemplo, que en el título de su primer libro (Las cervicales de la memoria) ya adelantaba una metáfora de su poética: la fisicidad de la memoria y su condición de organismo vivo, con lo que ello supone de complejidad, sofisticación y fragilidad. Veía sus poemas como esos huesecillos que unen el cráneo con el resto del cuerpo. Una escritura que es vértebra, más que carne o músculo, aunque conozca y certifique la herida. Apuntaba, también, que en sus diferentes libros ha indagado en la melancolía y en la sentimentalidad como parte de la identidad, en los conflictos de alteridad y en la identificación a partir de la propia genealogía. de Olalla Cociña en 2013, cuando estaba elaborando una 189 Cuando ahora intento recuperar la sensación que me produjeron aquellas primeras lecturas y explicar la razón por la que después de acabar cada libro quise leer el siguiente creo que tiene que ver con dos aspectos: su manera de trabajar con la memoria y la aparente naturalidad de su contención expresiva. Me gusta que la memoria en Cociña no es nostálgica ni sentimental, incluso cuando indague en la sentimentalidad, como ya he dicho. Tampoco creo que sea una memoria anhelante, una memoria que desee lo perdido, sino una memoria que construye la historia (también la personal, el relato propio). Y una memoria en la que explorar. Acudir a la memoria para repasar y comprender. Para recuperar «algo» y fijarlo con el lenguaje. Dentro de la obra de esta poeta, yo diría que ningún precipicio es el poemario del hambre de vivir. El libro se abre con un poema-umbral que nos lleva a otra dimensión, la dimensión de ningún precipicio, situada más allá de la mano y de la vid que la mano ofrece a un rebaño de ovejas. Un poema que nos avisa de que quien escribe se extiende o busca extenderse más allá de sí, hacia lo otro, en suerte de comunión, de entrega: «que coman mi cuerpo / porque una extraña paz que me pone al revés / me lleva absurda / deliciosamente / a ningún precipicio». El poeta idelfonso Rodríguez, autor del prólogo de este libro, recomienda en él leer este poema al menos tres veces, como si «se tratase de una fórmula encantatoria». Y es que tiene algo de conjuro, algo de abracadabra para abrir la puerta a esa otra dimensión por medio de la palabra. ¿Es ningún precipicio un no lugar? ¿Es un no hay precipicio: hay vértigo, pero no peligro, de ahí la paz? Si el título As cervicais... podía leerse como una metáfora de la memoria en su poética, ningún precipicio puede serlo de su uso de la palabra, cómo con mecanismos sutiles disloca/descoloca el lenguaje. Ya cruzado ese umbral, el primer poema que nos encontraremos nos presentará un registro diferente pero volverá a escucharse un sujeto que quiere extenderse, proyectarse, comunicarse con el mundo exterior. Se describe una escena observada desde fuera, con tal claridad y precisión, que parece como si fuera el lector quien observa. Una escena cotidiana, pero ajena, pues retrata una cotidianidad que no es la de quien describe: unas mujeres que trabajan en el mercadillo comparten una empanada tras acabar la jornada. Como en todos los casos en los que encontramos anécdota en la poesía de Olalla, la mirada nos hace plantearnos preguntas que trascienden con creces lo anecdótico y pueden llevarnos a lo sociológico o a lo existencial. En todo el libro nos iremos encontrando diferentes vivencias de comunidad y comunión. En este extenderse hacia el otro hay un deseo de vivir y también algo así como un sentimiento de fraternidad. ningún precipicio rezuma una intensidad nunca traducida en grito. Escrito en minúsculas, no necesita alzar la voz para ser implacable: «no era mío: 190 / lo cogí para que tú me lo pidieras // le puse nombre / le dije cómo habría de llamarse / de ahora en adelante / y lo abracé con numismática ternura // solo por ver cómo venías y me lo quitabas // y ser la más pobre / y sentirme / bien abajo». Salta en el tiempo recuperando momentos de diferentes edades; el yo puede abrirse en un nosotras/nosotros, puede desdoblarse en un tú, distanciarse desde una tercera persona...; la forma también reflejará esa construcción con contención pero sin constricción característica de su poesía, que va del poema corto, al largo o a la sección final de poemas en prosa. Es un libro en el que hay dolor y pérdida: «no se extinguió / fue a parar / como los ríos». Hay familia, juegos infantiles. Hay genealogía, historia personal. Lo que heredamos, eso que me atrevería a decir que es una constante en la obra de Cociña. La hermana pequeña, la amiga, las primas, la madre, la abuela, aparecen y desaparecen. Hay una búsqueda en la memoria de los juegos infantiles, una exploración en sus mecanismos: la confianza que se otorga al otro durante el juego, la fuerza de una ilusión compartida, el pretenderse otro con el que los niños aprenden. Pero no se piense que la poesía de Cociña es amable: «poesía fue la piedra de granizo que llegó hasta aquí lastimando en un zapato». Este ningún precipicio de Diminutos Salvamentos es otro de los salvavidas que nos lanzan los directores de esta colección al publicar por primera vez un libro íntegro de Cociña traducido al español. De la traducción de Hermo (Premio Nacional de Poesía Joven, entre otros) puedo decir que es impecable pues conserva a la perfección la voz de la poeta, por eso nos permite hablar del libro casi olvidándonos de que no lo estamos leyendo en su lengua original. Para mí este volumen ensancha esa ventana hacia la poesía contemporánea escrita en gallego que se ha ido abriendo en los últimos años. A través de ella se amplían nuestros horizontes: venid, asomaos, ningún precipicio a la vista.
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