Piedra de granizo/ huesecillo.
miriam reyes.
ningún precipicio
Olalla Cociña
Traducción de Gonzalo Hermo
Madrid,
Progresele, Colección Diminutos Salvamentos, 2017.
Conocí la poesía de Olalla Cociña en 2013, cuando estaba elaborando una
antología de poesía contemporánea en gallego para el FCE. Para entonces,
Cociña (Viveiro, 1979) tenía ya tres libros publicados y publicaría su cuarto a
finales de ese mismo año, ningún precipicio, el volumen que hoy presenta,
traducido al español por el poeta Gonzalo Hermo, la colección Diminutos
Salvamentos.
Leí por primera vez As cervicais da memoria (2004) y Libro de Alicia
(2008) en el pequeño barracón donde, desde hace más de una década, se
encuentra la biblioteca de Románicas de la Universidad de Barcelona. Allí,
la profesora y crítica literaria, Helena González, ha construido un magnífico
catálogo de poesía en gallego al que cualquier visitante puede acceder. Algunos
meses más tarde, me haría con aquí (intemperies) (2006) y ningún
precipicio (2013).
De entre los casi cien nombres que barajé, Cociña fue uno de los quince
que acabó formando la antología, junto a poetas como Chus Pato, xosé María
Álvarez Cáccamo o Lois Pereiro. Antes de ello ya había sido antologada por
Ana Gorría en Novas de poesía y por Olivia Rodríguez en Das sonorosas cordas.
En el prólogo de aquella antología recogí algunas impresiones a partir de
aquel recorrido por su universo poético. Decía, por ejemplo, que en el título de
su primer libro (Las cervicales de la memoria) ya adelantaba una metáfora
de su poética: la fisicidad de la memoria y su condición de organismo vivo,
con lo que ello supone de complejidad, sofisticación y fragilidad. Veía sus
poemas como esos huesecillos que unen el cráneo con el resto del cuerpo.
Una escritura que es vértebra, más que carne o músculo, aunque conozca y
certifique la herida. Apuntaba, también, que en sus diferentes libros ha indagado
en la melancolía y en la sentimentalidad como parte de la identidad, en los
conflictos de alteridad y en la identificación a partir de la propia genealogía.
de Olalla Cociña en 2013, cuando estaba elaborando una
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Cuando ahora intento recuperar la sensación que me produjeron aquellas
primeras lecturas y explicar la razón por la que después de acabar cada libro
quise leer el siguiente creo que tiene que ver con dos aspectos: su manera
de trabajar con la memoria y la aparente naturalidad de su contención expresiva.
Me gusta que la memoria en Cociña no es nostálgica ni sentimental,
incluso cuando indague en la sentimentalidad, como ya he dicho. Tampoco
creo que sea una memoria anhelante, una memoria que desee lo perdido,
sino una memoria que construye la historia (también la personal, el relato
propio). Y una memoria en la que explorar. Acudir a la memoria para repasar
y comprender. Para recuperar «algo» y fijarlo con el lenguaje.
Dentro de la obra de esta poeta, yo diría que ningún precipicio es el poemario
del hambre de vivir. El libro se abre con un poema-umbral que nos
lleva a otra dimensión, la dimensión de ningún precipicio, situada más allá
de la mano y de la vid que la mano ofrece a un rebaño de ovejas. Un poema
que nos avisa de que quien escribe se extiende o busca extenderse más allá
de sí, hacia lo otro, en suerte de comunión, de entrega: «que coman mi cuerpo
/ porque una extraña paz que me pone al revés / me lleva absurda / deliciosamente
/ a ningún precipicio». El poeta idelfonso Rodríguez, autor del prólogo
de este libro, recomienda en él leer este poema al menos tres veces, como si
«se tratase de una fórmula encantatoria». Y es que tiene algo de conjuro, algo
de abracadabra para abrir la puerta a esa otra dimensión por medio de la palabra.
¿Es ningún precipicio un no lugar? ¿Es un no hay precipicio: hay vértigo,
pero no peligro, de ahí la paz? Si el título As cervicais... podía leerse como una
metáfora de la memoria en su poética, ningún precipicio puede serlo de su
uso de la palabra, cómo con mecanismos sutiles disloca/descoloca el lenguaje.
Ya cruzado ese umbral, el primer poema que nos encontraremos nos presentará
un registro diferente pero volverá a escucharse un sujeto que quiere
extenderse, proyectarse, comunicarse con el mundo exterior. Se describe
una escena observada desde fuera, con tal claridad y precisión, que parece
como si fuera el lector quien observa. Una escena cotidiana, pero ajena, pues
retrata una cotidianidad que no es la de quien describe: unas mujeres que
trabajan en el mercadillo comparten una empanada tras acabar la jornada.
Como en todos los casos en los que encontramos anécdota en la poesía de
Olalla, la mirada nos hace plantearnos preguntas que trascienden con creces
lo anecdótico y pueden llevarnos a lo sociológico o a lo existencial. En
todo el libro nos iremos encontrando diferentes vivencias de comunidad y
comunión. En este extenderse hacia el otro hay un deseo de vivir y también
algo así como un sentimiento de fraternidad.
ningún precipicio rezuma una intensidad nunca traducida en grito. Escrito
en minúsculas, no necesita alzar la voz para ser implacable: «no era mío:
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/ lo cogí para que tú me lo pidieras // le puse nombre / le dije cómo habría
de llamarse / de ahora en adelante / y lo abracé con numismática ternura
// solo por ver cómo venías y me lo quitabas // y ser la más pobre / y sentirme
/ bien abajo». Salta en el tiempo recuperando momentos de diferentes
edades; el yo puede abrirse en un nosotras/nosotros, puede desdoblarse en
un tú, distanciarse desde una tercera persona...; la forma también reflejará
esa construcción con contención pero sin constricción característica de su
poesía, que va del poema corto, al largo o a la sección final de poemas en prosa.
Es un libro en el que hay dolor y pérdida: «no se extinguió / fue a parar /
como los ríos». Hay familia, juegos infantiles. Hay genealogía, historia personal.
Lo que heredamos, eso que me atrevería a decir que es una constante
en la obra de Cociña. La hermana pequeña, la amiga, las primas, la madre,
la abuela, aparecen y desaparecen. Hay una búsqueda en la memoria de los
juegos infantiles, una exploración en sus mecanismos: la confianza que se
otorga al otro durante el juego, la fuerza de una ilusión compartida, el pretenderse
otro con el que los niños aprenden. Pero no se piense que la poesía
de Cociña es amable: «poesía fue la piedra de granizo que llegó hasta aquí
lastimando en un zapato».
Este ningún precipicio de Diminutos Salvamentos es otro de los salvavidas
que nos lanzan los directores de esta colección al publicar por primera vez
un libro íntegro de Cociña traducido al español. De la traducción de Hermo
(Premio Nacional de Poesía Joven, entre otros) puedo decir que es impecable
pues conserva a la perfección la voz de la poeta, por eso nos permite hablar del
libro casi olvidándonos de que no lo estamos leyendo en su lengua original.
Para mí este volumen ensancha esa ventana hacia la poesía contemporánea
escrita en gallego que se ha ido abriendo en los últimos años. A través de ella
se amplían nuestros horizontes: venid, asomaos, ningún precipicio a la vista.
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